Vientos de guerra asolan Ucrania. Los medios nos muestran (interesadamente en muchos casos) la violencia de los “malos” y el sufrimiento de las gentes, el miedo colectivo y la incapacidad de respuestas que paren una violencia que alimenta a los poderes establecidos. El cuestionamiento de la diplomacia para garantizar la preservación de un Orden frente a la invasión como prerrequisito de la conquista y los argumentos que la justifican por parte de los autócratas se ponen de manifiesto en una entrevista a Noam Chomsky reproducida en Ctxt el pasado 1 de marzo en la que afirma que “el desprecio de las superpotencias hacia el marco jurídico internacional es tan común que pasa desapercibido”. La capacidad de veto en Naciones Unidas es una constante por parte de EEUU, China y Rusia como hemos podido comprobar ante conflictos como Irak, Siria, Nicaragua, Afganistán, Yemen, los Balcanes, así como los traumáticamente permanentes a lo largo de los últimos 50 años en Palestina y el Sáhara Occidental. El uso ilegal de la fuerza y el incumplimiento de las resoluciones de un organismo que aparenta ser un foro para la paz mundial conducen a una ley de la selva en la que impera el orden del más fuerte y los gobiernos acólitos juegan un papel de subordinación para preservar sus intereses económicos y geopolíticos, amparados en medios de comunicación al servicio de un consenso interior y exterior que inmunice a la ciudadanía sobre la realidad de un pensamiento crítico y autónomo.
Las palabras mienten a la hora de denominar las acciones bélicas. Términos como “intervenciones humanitarias, acciones militares especiales, restitución de la legalidad” sirven de coartada para deponer gobiernos autoritarios o democráticos, para subyugar a los pueblos, destruir vidas e infraestructuras, anunciar Nuevos Órdenes que permitan el enriquecimiento de los de siempre a través de los procesos de reconstrucción, desarrollo armamentístico, el fomento de la dependencia etc. Recordemos cuando el general Westmoreland, máxima autoridad militar americana en la agresión contra Vietnam en los años 60 del siglo pasado indicaba que “queremos hacer retroceder Vietnam a la Edad de Piedra” con los bombardeos masivos de campos y ciudades, reproducido dramáticamente en el caso de Ucrania desde el pasado mes de febrero. Entre autócratas y matones anda el juego, con excusas para invasiones con argumentaciones que van desde “anular armas de destrucción masiva” “desnazificación y protección de minorías, pero sin contar con ellas“ que se traducen en amenazas de apretar el botón nuclear pero también acciones económicas que sirven para empobrecer a la ciudadanía independientemente de ser agresores, agredidos o espectadores a una cierta distancia del lugar del conflicto.

La guerra y el terror han retornado a Europa. Se conciben estos fenómenos como una desviación patológica, la decisión y el producto de alguien que ha perdido el juicio y se encamina en una senda megalomaníaca, fanática y ambiciosa. Como nos pregunta Amador Fernández Savater, “¿Es Putin realmente una anomalía, un lastre del pasado? El inconsciente nos impide ver y pensar que la guerra no es ninguna rareza o abstracción, sino un principio constituyente de nuestro mundo. Hoy, simplemente, se ha hecho más visible ante nosotros”
Esta nueva (¿¿??) situación refuerza la idea de que el orden social no reposa, en primer lugar, en pactos o contratos libres entre ciudadanos, sino en una administración estatal de la violencia y el terror. Frente a ello, la respuesta reside en la construcción de estrategias populares de resistencia en base a que no hay una sola fuerza, como trata de justificar el discurso de lo realmente existente, sino al menos dos: la fuerza de los fuertes (la administración del miedo) y la fuerza de los débiles (la potencia de la cooperación).
El papel del sistema educativo es relevante a la hora de introducir elementos críticos de el análisis de esa tensión de fuerzas tanto de una perspectiva histórica como social. La búsqueda de la cooperación entre iguales más allá del impulso autoritario del saber legitimado por el Poder, la empatía y solidaridad con los emigrantes y desplazados cuyos hijos e hijas sobreviven en el sistema público, exigen una toma de postura y un compromiso de todos los agentes del sistema educativo en la lucha por la paz y el desenmascaramiento de la violencia estructural que nos oprime.
Y como concluye en su artículo Amador Fernández Savater: “El resorte de la paz no es, en primer lugar, la coexistencia entre poderes, así como el resorte de la democracia no es el Estado de Derecho, sino la relación activa de las poblaciones con respecto a los Estados. Ni la paz ni la democracia pueden delegarse […] ¿Cuál es hoy la guerra de los que no tienen ni quieren el poder, la guerra de los que no quieren la guerra?”.
[…] Editorial: Vientos de Guerra […]
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