Un enfoque libertario, anarquista y ácrata de la educación.

ESCRIBE: Félix García Moriyón

Affiliazione: Universidad Autónoma de Madrid
http://orcid.org/0000-0002-3951-5728
Civitas Educationis. Educación, política y cultura. Vol 8, N° 2 (2019)

Resumen

Cuando el anarquismo aparece como una propuesta política concreta, va acompañado de una concepción del mundo, una filosofía que abarca todos los aspectos de la vida humana, con el propósito final de destruir una sociedad injusta y avanzar hacia una más justa, sin opresión ni explotación, basada en la libertad, la ausencia de jerarquías y la ayuda mutua.
En este proyecto político, la educación juega un papel muy importante en el camino hacia una sociedad radicalmente diferente. La educación es una condición necesaria para fomentar un pueblo libre y solidario, retomando la propuesta ilustrada. Cuando nació el anarquismo, la cuestión central desde un enfoque anarquista era ofrecer educación al pueblo, principalmente a los campesinos y trabajadores, en su mayoría analfabetos. Casi dos siglos después, cuando casi el 100% de los niños de 3 a 16 años asisten a la escuela obligatoria, en un sistema educativo regido por el Estado, con escuelas públicas y privadas, el desafío para los anarquistas es ofrecer una forma distinta de educar.

Los anarquistas ofrecen tres propuestas diferentes: la desescolarización de la sociedad, la creación de escuelas con una agenda y un ethos anarquistas y la enseñanza en la escuela pública obligatoria y gratuita. En este artículo, exploramos la tercera opción de forma más detallada: el papel de un profesor anarquista en la escuela pública. Prestamos atención a llos tres rasgos que recorren todas las manifestaciones de la ideología anarquista: la libertad (libertaria), la autonomía (anarquista) y el empoderamiento (a-crático). Los tres deben guiar a los profesores anarquistas, de acuerdo con los principios centrales de la praxis política anarquista: la acción directa, la política prefigurativa y la ayuda mutua que son estrategias cruciales para implementar la educación anarquista. Los medios empleados para cambiar la sociedad deben ser coherentes con los fines que se pretenden alcanzar.

Anhelando una nueva sociedad, los anarquistas apuntan a una sociedad transfigurada: libertaria (cada persona es libre y dueña de sí misma), anarquista (horizontal y no jerárquica) y acrática (el poder está distribuido y fragmentado, no concentrado). Así, la educación debe mostrar, aquí y ahora, la característica básica de una Sociedad Anarquista: una educación libertaria, anarquista y acrática.

INTRODUCCIÓN

Anarquismo y anarquismos
El anarquismo es una filosofía política que nació a principios del siglo XIX, aunque es posible encontrar antecedentes muy antiguos (Marshall, 1993). Es una cosmovisión que no sólo se centra en la teoría y la praxis política, sino que afecta a todas las dimensiones y ámbitos en los que se desarrolla la vida de los seres humanos. Por otro lado, el hecho de haber planteado desde el principio una revolución global y radical, una revolución integral y holística, hace que su planteamiento transforme claramente las estructuras sociales, políticas y económicas, pero al mismo tiempo transforme a las personas, defendiendo un modelo diferente de ser humano. Por ello, los anarquistas siempre dieron gran importancia a la educación y también a las formas de lucha para avanzar hacia una sociedad diferente: los medios empleados para cambiar la sociedad debían ser coherentes con los fines a conseguir.

Los fundamentos del anarquismo como propuesta política específica se remontan al siglo XIX. Desde sus inicios, el anarquismo realizó importantes aportaciones a la educación, tanto en el plano teórico como en el práctico, con la creación de escuelas de inspiración anarquista (García Moriyón, 1986). Esta etapa puede considerarse finalizada en 1937, cuando el anarquismo es derrotado en España, donde había alcanzado una gran presencia pública y había podido implantar su modelo social en amplias zonas del país. Hay un fuerte renacimiento del anarquismo en los años sesenta en diferentes países del mundo y otro florecimiento del anarquismo vuelve a principios del siglo XXI, especialmente a raíz de la crisis de 2007 (García Moriyón, 2001; Gordon, 2007; Grouvacic y Graeber, 2004). En este artículo me centraré en la contribución del anarquismo a la educación en estas dos últimas etapas, aunque incluyo una breve referencia a los principios pedagógicos desarrollados en el periodo anterior, ya que siguen estando sustancialmente presentes. Al mismo tiempo, aunque hablo de anarquismo en general, lo más correcto sería hablar de anarquismos, ya que existen diversas tendencias dentro del amplio espectro del anarquismo.

En contra de lo que se suele decir, los anarquistas clásicos no tienen una concepción optimista del ser humano, como la de Rousseau, ni pesimista, como la de Hobbes o Carl Schmitt (Angout, 2014). En general, destacan la plasticidad del ser humano con rasgos positivos y negativos, siempre abiertos a la cooperación, pero también al conflicto (Ibáñez, 2004). El predominio de los rasgos positivos dependerá de la educación y también de la sociedad en general. Además, siempre es posible que la situación se invierta y se reintroduzcan los rasgos negativos, por lo que se requiere una vigilancia constante para que predominen las condiciones de libertad que hacen posible una vida sin opresión ni explotación. Esta vigilancia debe aplicarse a la sociedad en general, a la institución educativa en particular, y también a las organizaciones e individuos anarquistas que buscan transformar radicalmente la sociedad actual.

“En este artículo me centraré en la contribución del anarquismo a la educación en estas dos últimas etapas, aunque incluyo una breve referencia a los principios pedagógicos desarrollados en el periodo anterior, ya que siguen estando sustancialmente presentes”

Anarquismo y educación en las últimas cinco décadas
Existen continuidades entre la primera etapa y las dos siguientes, al menos en la importancia que se le da a la educación y en los esfuerzos por aplicar modelos escolares libertarios. Y también hay continuidad en los principios generales que guían tanto la crítica a la educación existente como la aplicación de alternativas pedagógicas. Sin embargo, también hay diferencias que provocan un cambio en las propuestas educativas anarquistas.

Cuando el anarquismo nació como una propuesta concreta de transformación social, la educación era todavía una actividad muy limitada; unos doscientos años después, casi el 100% de los niños de 3 a 16 años asisten a la escuela obligatoria en la mayoría de los países. El sistema educativo, regido por el Estado (sistema escolar público) u otras instituciones (escuelas semipúblicas y privadas), guía (y controla) el proceso de socialización de todos los niños desde el “En este artículo me centraré en la contribución del anarquismo a la educación en estas dos últimas etapas, aunque incluyo una breve referencia a los principios pedagógicos desarrollados en el periodo anterior, ya que siguen estando sustancialmente presentes” 39 Pedagog ía libertaria jardín de infancia hasta el duodécimo grado, o su equivalente. Así que la cuestión central desde un enfoque anarquista no es sólo ofrecer educación a los niños, sino cómo ofrecer una forma diferente de educarlos en el marco de una educación de arriba a abajo por las regulaciones y leyes del Estado.


Así, el principal cambio es que ahora se ha introducido la educación formal obligatoria en todo el mundo, desde los 6 hasta los 14-16 años. Destaco dos diferencias importantes desde una perspectiva anarquista: la educación formal es obligatoria y gratuita, y está controlada por el Estado en su totalidad, aunque hay escuelas públicas (dependientes del Estado) y privadas en todo el mundo. Las escuelas privadas no son ciertamente gratuitas y contribuyen de alguna manera a la segregación de los alumnos. Si bien esto dificulta la creación de nuevas escuelas fuera del Estado, la crítica anarquista al modelo actual de escolarización se mantiene y se centra en tres puntos básicos:

a) El sistema educativo reproduce la desigualdad social. Desde la publicación del libro de Samuel Bowles y Herbert Gintis, Schooling in Capitalist America (Bowles y Gintis, 1976), ha quedado claro el papel de la escuela formal como reproductora del orden social y legitimadora de la desigualdad social. Un elemento clave en esta legitimación es la meritocracia: la educación obligatoria se presenta como un elemento central en la igualdad de oportunidades, posibilitada por la movilidad social (OCDE, 2012): si las oportunidades son iguales, quienes ascienden a posiciones altas en la sociedad lo han logrado por sus propios méritos, su esfuerzo individual en el sistema educativo. Como apenas hay movilidad social, la meritocracia se convierte en una pura ideología que oculta el verdadero papel de la escuela en la reproducción de la desigualdad (Volante & J&, 2018; Appiah, 2018).

b) El troquel de las conciencias (García Moriyón, 2011). El sistema educativo sigue centrado en un modelo de enseñanza poco crítico, en la línea propuesta por Freire al contraponer la educación bancaria a la educación crítica y liberadora, una educación para la concienciación. Aunque los documentos oficiales suelen insistir en la profunda relación entre la educación y el desarrollo crítico y destacan la importancia de los valores democráticos, la educación real se centra principalmente en la asimilación acrítica de los valores dominantes y el respeto a la autoridad (Goodman, 1960). La continuidad entre la cárcel, el manicomio y la escuela como instituciones encargadas del control social, puesta de manifiesto por Foucault (Foucault, 1975), no es una exageración retórica, sino que revela lo que se ha denominado el currículo oculto: el troquelado de las conciencias.

c) La mercantilización de la educación. Una vez conseguida la escolarización obligatoria, la educación en general queda impregnada, y controlada, por el modelo político y económico neoliberal, en el que la educación se ha convertido en uno de los sectores de la economía donde más dinero se invierte y gasta y que ha acabado dominado por los intereses del mercado (Garland, 2012). Es un valor fundamental para el aumento de la productividad y las grandes corporaciones insisten en adaptar los planes de estudio, los programas de estudio y la investigación académica a las necesidades del sistema productivo, mientras que los estudiantes invierten en su propia educación para acceder a puestos de trabajo mejor remunerados y ocupar posiciones de poder en la economía y la política. Tras años de escolarización, los estudiantes acaban interiorizando los valores dominantes y los que acceden a los niveles más altos de formación académica interiorizan ese enfoque meritocrático y competitivo que son puntales ideológicos básicos de la actual sociedad capitalista neoliberal.

“Una segunda opción es crear escuelas con un programa y un ethos anarquista

Alternativas anarquistas
Ante estos cambios, las estrategias educativas de la época clásica no tienen mucho sentido, aunque las enseñanzas plasmadas en escuelas como Yasnaia Polyana, La Ruche o la Escuela Moderna, siguen siendo referentes a tener en cuenta, ya que en esas escuelas se impartía a los niños una educación liberadora y no autoritaria, una educación orientada a capacitar a los niños para que se conviertan en personas dotadas de las capacidades necesarias para ejercer su libertad (Gribble, 2004). Centrándonos en el ámbito de la educación formal, y dejando de lado la educación no formal e informal, en la que la tradición anarquista también ha ofrecido muchas ideas y prácticas, el anarquismo actual interviene desde tres enfoques diferentes en la práctica educativa.

«La tercera opción es ser profesor en la escuela pública obligatoria y gratuita

Por un lado, hay quienes consideran que no es posible un pacto con la institución educativa, con la escolarización obligatoria. Como hemos mencionado anteriormente, la escuela oficial sigue siendo una institución de control y domesticación, en la que se restringe el desarrollo normal de los niños, primando la adaptación acrítica y la obediencia a la autoridad establecida. La idea es retomada en los años sesenta del siglo pasado por un autor que podemos considerar anarquista, Ivan Illich (Kahn, 2009). Illich propuso directamente la desescolarización que va más allá de no asistir a la escuela institucional formal, controlada por el Estado, sino que promueve una verdadera desescolarización: la única posibilidad para los anarquistas de cumplir con sus creencias educativas, es explorar formas no escolares de lograr el proceso de crecimiento personal de los niños dentro de sociedades complejas como las actuales. La educación en casa es un buen ejemplo (Heidenry, 2011).

Centrándonos en el ámbito de la educación formal, y dejando de lado la educación no formal e informal, en la que la tradición anarquista también ha ofrecido muchas ideas y prácticas, el anarquismo actual interviene desde tres enfoques diferentes en la práctica educativa. Por un lado, hay quienes consideran que no es posible un pacto con la institución educativa, con la escolarización obligatoria


Una segunda opción es crear escuelas con un programa y un ethos anarquista. Como reconoció Neill al presentar su experiencia en Summerhill, el problema de estas escuelas es que, si son privadas, no pueden ser escuelas para sectores pobres de la población o para la clase trabajadora. Sin embargo, existe un amplio movimiento en el mundo educativo de escuelas que intentan, de forma más o menos radical, implantar un modelo de democracia popular y directa en la escuela. Algunas de ellas tienen una orientación específicamente anarquista —como es el caso de la escuela Paideia en España (Martín Luengo, 2016)— pero son las menos, y otras se integran en el marco más amplio del movimiento de la escuela nueva o educación progresista, que comparten principios fundamentales que ya estaban vigentes, por ejemplo, en la Escuela Moderna de Ferrer Guardia: 1. confianza en la razón y no en la doctrina; 2 autogobierno o responsabilidad compartida; 3 libertad de elección; 4. igualdad; y 5. respeto y confianza en cada niño (Gribble, 2004). Estamos ante una realidad plural que, sin ser propiamente anarquista, traduce en la práctica aspectos fundamentales de los planteamientos educativos anarquistas.

La tercera opción es ser profesor en la escuela pública obligatoria y gratuita. En algunos países, la mayoría de los de la Unión Europea, ésta es casi la única opción, ya que las dos anteriores son minoritarias, entre otras cosas porque, como acabamos de ver, las escuelas privadas, de pago o con apoyo económico del Estado, sólo son accesibles para los niños de un determinado nivel económico. Obviamente, cuando se enseña en una escuela pública, todas las críticas que he planteado anteriormente sobre la educación formal obligatoria son absolutamente válidas. En cierto sentido, existe una contradicción entre ser profesor de la escuela pública y ser educador anarquista: “Tarde o temprano la gente tendrá que reconocer que la escuela obligatoria es parte del problema. Eliminarlas es parte de la solución (Gabbard, 2012, p. 44). Sin embargo, no hay que olvidar que la mayoría de los niños asisten a estas escuelas, por lo que es necesario considerar cómo influir en ellas con un enfoque pedagógico libertario. De hecho, algunas de las escuelas mencionadas en el párrafo anterior, no muchas por supuesto, son públicas y tienen una práctica educativa muy cercana a la que propone el anarquismo.

En el siguiente apartado, voy a centrarme en este tercer ámbito que se opone claramente a la opción anarquista radical de la desescolarización, es decir, de no enviar a los niños a la escuela pública o —para que quede más claro lo que provoca el abandono— a las escuelas estatales. Es una opción basada en mi propia experiencia personal de participación en el pensamiento y la práctica anarquista desde

UN PROFESOR ANARQUISTA

Si queremos llevar a cabo una educación anarquista, debemos ser conscientes de que se trata de un proyecto global que nos implica en tres dimensiones o ámbitos. En primer lugar, exige una forma específica de entender y ejercer nuestro papel como docentes, es decir, plantearnos con rigor los cambios personales que debemos incorporar a nuestra práctica pedagógica diaria para garantizar que nos acercamos a lo que pretende ser una educación anarquista (García Moriyón, 1996). El cambio radical consiste en superar el modelo dominante que promueve a un profesor como experto en metodología educativa y en los contenidos específicos de la materia impartida, cuya función es transmitir estos conocimientos a los niños para que los incorporen significativamente a sus vidas y garantizar que los alumnos interioricen las normas que rigen la sociedad. Frente a este modelo, el objetivo es convertirse en un profesional crítico (analizando críticamente los patrones actuales de comportamiento educativo) y en un profesional creativo (capaz de generar modos diferentes de comportamiento en la escuela) (Giroux, 1988). El objetivo central de un profesor anarquista no es hacer que sus alumnos crezcan como anarquistas, sino que sean personas capaces de pensar por sí mismas, crítica y creativamente, en colaboración y diálogo con sus propios compañeros y que sean capaces de enfrentarse a las normas y situaciones que coartan y limitan su propia libertad y la de sus compañeros. Nosotros, como profesores, no integramos a las nuevas generaciones en la lógica del sistema actual ni les enseñamos a adaptar estas normas, al contrario, la educación se convierte en la “práctica de la libertad”, las niñas y los niños, y también sus profesores, aprenden a enfrentarse críticamente al mundo real y a la sociedad y a descubrir cómo participar en la transformación de su mundo.

“El objetivo central de un profesor anarquista no es hacer que sus alumnos crezcan como anarquistas, sino que sean personas capaces de pensar por sí mismas, crítica y creativamente, en colaboración y diálogo con sus propios compañeros y que sean capaces de enfrentarse a las normas y situaciones que coartan y limitan su propia libertad y la de sus compañeros

En segundo lugar, es necesario transformar el aula, en la que ejercemos la parte más importante de nuestra profesión, en un espacio de aprendizaje colaborativo, en el que pongamos en práctica un principio básico: nadie educa a nadie — nadie se educa a sí mismo — las personas se educan entre sí a través de la mediación del mundo, en relaciones recíprocas y horizontales. Habiendo transformado el aula en una comunidad de indagación (Kennedy, 2012), rompemos con el modelo de que la educación bancaria deje de ser el depósito de conocimientos y normas de comportamiento que transmitimos a nuestros alumnos para que los incorporen y reproduzcan. También se rompe con un esquema en el que el profesor es el centro de la relación educativa, y se busca una relación multipolar en la que los profesores juegan un papel básico, pero no exclusivo ni central. Los niños tienen que darse cuenta de que las relaciones de aprendizaje se desarrollan en diferentes direcciones. Por supuesto, van del profesor al alumno, pero también van del alumno al profesor y, sobre todo, van de un alumno a otro.

En tercer lugar, no hay que limitarse a lo que se hace entre las cuatro paredes del aula, sino que es necesario transformar toda la escuela en una comunidad justa en la que los alumnos participen directamente en todos los aspectos relacionados con el gobierno de la escuela: deliberar sobre la organización pedagógica, participar en la elaboración de los reglamentos escolares y en la resolución de los conflictos, intervenir en el diseño del proyecto educativo y en la adaptación de los objetivos educativos generales al grupo escolar y de clase concreto en el que están aprendiendo. Esto es lo que ya se intenta en las escuelas democráticas, pero los anarquistas quieren avanzar hacia un modelo que vaya más allá de la democracia, hacia una autoorganización autónoma de la escuela. Ni siquiera se limitan a lo que ocurre en la escuela, sino que buscan relacionarse con el entorno social al que pertenece, implicando a las familias primero, y a la comunidad en la que se encuentra la escuela después.

Es fácil comprender que la dificultad de la tarea aumenta a medida que nos extendemos en ámbitos más amplios. En el ámbito del aula, donde se desarrolla el núcleo de la relación pedagógica, la capacidad del profesorado para implantar un modelo alternativo es bastante amplia, aunque puede haber dificultades evidentes y a veces surgen conflictos con la dirección del centro o con la administración educativa (Gabbard, 2012: 34-35). Es más difícil influir en la modificación de la vida del centro, por lo que es importante crear grupos de trabajo dentro de la escuela para compartir experiencias y actividades que amplíen el alcance de la transformación educativa. Y más allá de la escuela, es importante sumarse a los movimientos de renovación pedagógica que se implican activamente en la transformación de la educación (García Moriyón, 2009) y más concretamente en una acción sindical anarcosindicalista del profesorado que ponga como eje de su acción la modificación profunda de las condiciones de trabajo para conseguir que la escuela avance hacia modelos de democracia radical, es decir, anarquistas, ya que la a-cracia es el mejor ejemplo de democracia que, por eso mismo, va más allá de la democracia.

UNA INTERVENCIÓN POLÍTICA ANARQUISTA INTEGRAL

La opción de introducir la educación anarquista dentro de la educación formal pública obligatoria se basa también en la premisa de que la escuela no es sólo el troquel de las conciencias y una institución de control social; es también uno de los ámbitos sociales en los que más vigorosos e influyentes son los esfuerzos humanos por conseguir una educación universal que permita a las personas (alumnado, profesorado y familias) enfrentarse en mejores condiciones a los múltiples y sinuosos mecanismos de opresión. En este sentido, sus aportes han sido muy importantes, como lo demuestra el aumento sustancial de la capacidad de la población para comprender y criticar el mundo que la rodea. Al mismo tiempo, si se dan ciertas condiciones en la escuela, pueden darse formas de convivencia radicalmente solidarias y democráticas, mucho más que en cualquier otra institución. Por último, pero no por ello menos importante, la escuela formal es un entorno adecuado y eficaz para luchar contra la ignorancia que es el mayor instrumento de control, o el alimento de la esclavitud, un lema utilizado repetidamente por los anarquistas.

Además, en el mundo de la educación formal existen fuertes corrientes pedagógicas que reivindican una pedagogía crítica que, por otro lado, siguen propuestas que siempre han estado presentes en la educación formal contemporánea, como el movimiento por la escuela nueva que fue muy activo entre finales del siglo XIX y principios del XX. Sin ser ellos mismos anarquistas, muchas de sus tesis coinciden también con las propuestas de la pedagogía libertaria. Basta con consultar “Pedagogía Crítica” en Wikipedia para tener una primera impresión de la amplitud de esta corriente educativa, con límites difusos y con diferentes supuestos pedagógicos, filosóficos y políticos. Los pensadores anarquistas suelen citar a autores tan diversos como Deleuze, Foucault o Rancière (May, 2009), por lo que las relaciones de la educación crítica, progresista o nueva con la pedagogía anarquista son más bien circulares y funcionan en ambos sentidos: los pensadores anarquistas enriquecen la corriente de la educación crítica y estas tendencias innovadoras influyen en los educadores anarquistas. Si prestamos atención a los documentos oficiales promovidos por organismos internacionales y especialmente por los gobiernos, descubriremos que establecen objetivos parcialmente contradictorios para la educación: por un lado, se prioriza un enfoque selectivo y meritocrático condicionado por la actual política económica neoliberal (OCDE, 2009), aunque esos mismos documentos oficiales incluyen la necesidad de promover la justicia, la participación democrática y la igualdad (Consejo de Europa, 2017).


Según una famosa cita bíblica de Proudhon, Destruam et edificabo, la estrategia de intervención anarquista es doble. Por un lado, es esencial llevar a cabo una dura crítica de la sociedad actual, que incluye obviamente la denuncia de las estructuras y prácticas que sostienen la dominación y la explotación. Esto incluye la crítica constante de la institución escolar en lo que tiene de reproducción del sistema de explotación y dominación. La crítica, como no puede ser de otra manera, no debe quedarse en la pura denuncia, sino que debe hacer desaparecer las estructuras y situaciones de dominación. Esto requerirá tácticas diferentes y adaptadas a cada situación, a ser posible en el marco de la noviolencia activa y la desobediencia civil, aunque estas fórmulas pacifistas son frecuentemente cuestionadas en la medida en que acaban perpetuando lo que se pretende cambiar (Gederloos, 2007; Dejean, 2016).

Tanto en la fase de destrucción o deconstrucción de las estructuras existentes como en la construcción de otras alternativas, lo importante en cualquier caso es que se recurra a la acción directa, es decir, que los propios interesados tomen las riendas de la solución de sus problemas, de las dificultades a las que se enfrentan (Graeber, 2009). En el mundo de la educación, esto significa no esperar a que las autoridades educativas, los sindicatos u otro tipo de ONG se acerquen y resuelvan lo que ocurre. Esto es lo que tienen que hacer el profesorado junto con el alumnado y el pesonal no docente: aprender a tomar las riendas de su propia vida, pero no de forma individual y competitiva, sino buscando la cooperación con quienes sufren los mismos problemas. Es necesario intervenir directamente en la educación, saltándose las estructuras de la administración estatal de la que no se requiere ni permiso ni justificación. (DeLeon, 2008).

“Los pensadores anarquistas suelen citar a autores tan diversos como Deleuze, Foucault o Rancière (May, 2009), por lo que las relaciones de la educación crítica, progresista o nueva con la pedagogía anarquista son más bien circulares y funcionan en ambos sentidos: los pensadores anarquistas enriquecen la corriente de la educación crítica y estas tendencias innovadoras influyen en los educadores anarquistas”


La acción directa está estrechamente relacionada con otras dos propuestas de la filosofía política anarquista que se aplican a la educación. El hilo conductor de una organización debe ser el autogobierno, es decir, la implicación directa de todas las personas que forman parte de la organización en su gobierno y en los procesos de toma de decisiones, lo que incluye la deliberación sobre los fines que persigue la institución —qué tipo de educación buscamos o qué entendemos por una persona bien educada— así como los medios necesarios para alcanzar esos fines. Y todo ello a través de diversos procesos de asambleas y deliberaciones en los que es importante llegar a consensos que gocen de suficiente aceptación pero que, al mismo tiempo, tengan la flexibilidad necesaria para aceptar una variedad de aplicaciones concretas de esas decisiones. Un modelo interesante que puede inspirar prácticas concretas de autogobierno y acción directa es el que ofrece el movimiento zapatista, no estrictamente anarquista, pero con profundas similitudes (Khasnabish, 2012).

“La educación anarquista es una forma integral de enseñar que pone en práctica, aquí y ahora, una forma diferente de enseñar, modelando en nuestra acción el poder transformador de nuestras propuestas educativas. Nuestra praxis educativa es una encarnación efectiva del tipo de sociedad humana en la que queremos vivir y del tipo de personas que queremos ser

Cualquier intervención anarquista para transformar la realidad social, en particular la educación, debe garantizar siempre que los medios empleados sean coherentes con los fines perseguidos. En la educación formal, la clasificación burocrática, la medición, el control, la disciplina, la obligatoriedad…, son medios que en sí mismos provocan lo que se busca: la formación de individuos que acaben siendo ciudadanos obedientes, incapaces de cuestionar el funcionamiento de la sociedad, personas que acepten como proyecto personal vital lo que la sociedad actual ofrece, un individualismo competitivo que se realiza consumiendo y escalando en la jerarquía social para aumentar su capacidad de consumo y su prestigio social. La ética y la política anarquista insisten, por tanto, en cambiar los medios (Franks, 2006), lo que implica rechazar una razón puramente instrumental y mantener siempre una razón moralmente fundada, es decir, una razón de fines. Parafraseando a Luther King, la libertad y la ayuda mutua no son simplemente una meta lejana que buscamos, sino un medio por el que llegamos a esa meta.

La educación anarquista es una forma integral de enseñar que pone en práctica, aquí y ahora, una forma diferente de enseñar, modelando en nuestra acción el poder transformador de nuestras propuestas educativas. Nuestra praxis educativa es una encarnación efectiva del tipo de sociedad humana en la que queremos vivir y del tipo de personas que queremos ser. Uno de los conceptos más sugerentes de la acción política anarquista es la “prefiguración”. Este criterio es indicativo de la reflexividad de los métodos anarquistas, que no sólo reaccionan contra las condiciones existentes, sino que también son “autocreativos” (Franks, 2006).

La idea es crear espacios que proporcionen mayor libertad y capacidad organizativa basada en la ayuda mutua. Los anarquistas buscan prefigurar eso que buscan. Aplicado a la educación significa que la educación anarquista no es aquella que busca enseñar a los niños a ser anarquistas, no es un modelo alternativo de adoctrinamiento, sino aquella que pone en práctica modelos educativos basados en los principios fundamentales del anarquismo, de tal manera que los alumnos y profesores cambien sus propias vidas en un sentido radical y profundo. Los profesores anarquistas crean sistemas y estructuras alternativas de enseñanza en su propia aula, para demostrar la viabilidad de sus ideales, para visualizar que una forma diferente de enseñar no es una propuesta utópica, un sueño, sino una relación pedagógica muy real que está sucediendo aquí y ahora. Una educación que encarna y prefigura el aspecto básico del anarquismo: la crítica constante al “orden” social actual, la acción directa colectiva, la autoorganización, la ayuda mutua y la razón de los fines. Y lo más importante es que cualquier clase o lección que se acerque a este modelo, es una “prefiguración”, un evento creativo (el momento del Kairos), una profunda experiencia personal, en la medida en que proporciona un anticipo de lo que podría ser una sociedad verdaderamente democrática (Graber, 2009, p.235). “Sólo haciendo que la propia forma de organización en el presente sea al menos una aproximación de cómo funcionaría realmente una sociedad libre, de cómo todo el mundo, algún día, debería poder vivir, se puede garantizar que no volveremos a caer en cascada en el desastre”. (Groucivic y Graeber, 2004)

UNA EDUCACIÓN LIBERTARIA, ANARQUISTA Y ÁCRATA

Hasta ahora he utilizado el término anarquista principalmente para referirme a una propuesta global que también ha sido conocida con otros nombres, aunque es “anarquismo” el término que ha cobrado más protagonismo. Vuelvo a los tres términos que se han utilizado con mayor o menor frecuencia, porque pueden ayudar a hacer más clara la riqueza de una educación inspirada en los principios anarquistas y la posibilidad de implementarla aquí y ahora, tanto en las escuelas específicamente anarquistas o muy cercanas al anarquismo como en las escuelas públicas estatales que actualmente acogen a la mayoría de los niños y adolescentes.


Libertario
Un concepto central para el anarquismo es el de la libertad personal, hasta el punto de que los anarquistas se llamaban ya con ese nombre, libertarios, en Francia hacia 1850, luego en España en los años 30 y en tiempos más recientes algunos lo utilizaban para situarse en esa ideología política, pero evitando el término “anarquista” cargado de connotaciones negativas en amplios sectores de la opinión pública. En inglés, sin embargo, libertarian se identifica con los grupos que defienden la libertad individual en el marco del capitalismo y el libre mercado. Es importante tener esto en cuenta para evitar confusiones, ya que, aunque comparten algunos rasgos, los anarquistas defienden un concepto de libertad muy diferente (Long, 2017). El anarquismo tradicional siempre ha sido anticapitalista y contrario al libre mercado.

los anarquistas vinculan la libertad personal con el sentido de la solidaridad y la ayuda mutua que son sellos radicales de su propuesta política, social y económica. Nuestra libertad personal no empieza donde termina la libertad del otro, sino que comienza donde empieza la libertad de esa persona”

La diferencia fundamental es que, como bien señaló Bakunin, los anarquistas vinculan la libertad personal con el sentido de la solidaridad y la ayuda mutua que son sellos radicales de su propuesta política, social y económica. Nuestra libertad personal no empieza donde termina la libertad del otro, sino que comienza donde empieza la libertad de esa persona; es decir, sólo podemos ser libres en un mundo en el que todos los seres humanos son libres y mientras esa situación no se produzca, el ejercicio de nuestra libertad no se cumplirá (García Moriyón, 2019). Mi libertad personal se enriquece con la libertad de los demás y sólo es tal si es ejercida por mí y reconocida por otras personas libres. La libertad en sentido liberal no está directamente ligada a la libertad de los demás, es más, suele provocar individualismo y desigualdad. Por otra parte, la libertad no se concede —menos aún por el Estado o por la Ley— sino que se reconoce y en muchos contextos la lucha de los seres humanos es una lucha por el reconocimiento de su plena condición de seres humanos.

Es importante tener esto en cuenta en la educación formal, ya que, en principio, es una educación obligatoria: el niño está obligado a asistir y la familia es responsable de ello. Además, el Estado interviene si detecta casos de absentismo escolar. Siendo este el marco general, la forma concreta de deconstruir o derribar el carácter autoritario y coercitivo de la escuela es generando desde el primer momento relaciones educativas en el aula basadas en lo que podríamos llamar un pacto o contrato educativo, que es decidido libremente por las partes, que puede ser cuestionado en cualquier momento para revisarlo o reformarlo, pero es un contrato social que, con un enfoque solidario de la libertad, impone ciertas obligaciones de cumplimiento de los pactos.

La experiencia demuestra que la posibilidad de introducir el pacto educativo en el aula es casi absoluta. Aunque el currículo académico viene determinado por las leyes educativas, este currículo debe adaptarse a cada grupo académico concreto y es en este contexto donde el profesor puede introducir una dinámica en la que los niños se reconocen capaces de participar en la decisión sobre los temas concretos que se van a trabajar en el aula (aprendizaje basado en proyectos) y el tiempo que se les va a dedicar. Además, en todo momento, el aula transformada en comunidad de indagación permite que todos sus miembros hablen en condiciones de igualdad, centrando inicialmente la tarea del profesor en orientar el rigor y la calidad argumentativa del diálogo, pero sin mantener una posición de preferencia. Con este enfoque, es posible afrontar en mejores condiciones la diversidad real de los alumnos de manera que esta enseñanza libre y cooperativa hace posible que cada alumno aporte al aula según su capacidad y reciba del aula según sus necesidades (Kennedy, 2012). El ejercicio de la libertad, así entendida, se asocia a la igualdad al compensar las desigualdades existentes: genera más igualdad, reduce la segregación y fomenta la ayuda mutua (Suissa, 2008).

“El profesorado no libera al alumnado, ni los empoderan, sino que facilitan el proceso de autoliberación y autoempoderamiento, proporcionándoles las herramientas cognitivas y afectivas, los hábitos y las disposiciones que les permitirán ser ellos mismos”

Anarquista
Literalmente, anarquismo significa la ausencia de jefes y la negación de jerarquías que vayan más allá de las meramente funcionales relativas a contextos específicos y períodos de tiempo bien definidos. El significado griego de la palabra anarquía está formado por el prefijo an– o a-, que no significa la ausencia o la falta del término archos, que significa gobernante, director, jefe o autoridad. Así, la palabra anarquía, en sí misma, puede definirse como sin autoridad o sin gobernante. Así que proponemos una educación sin jefes, lo que significa romper deconstructivamente con las relaciones asimétricas intrínsecas que existen en el aula entre profesorado y alumnado y proponer el modelo de profesor que facilite el proceso de crecimiento y auto-empoderamiento de los alumnos. El profesorado no libera al alumnado, ni los empoderan, sino que facilitan el proceso de autoliberación y auto-empoderamiento, proporcionándoles las herramientas cognitivas y afectivas, los hábitos y las disposiciones que les permitirán ser ellos mismos.

Nos enfrentamos a uno de los problemas cruciales de la educación formal: la relación entre profesores y alumnos se caracteriza por una profunda desigualdad que va más allá de las diferencias funcionales, es decir, de los distintos roles que cada uno desempeña, y del diferente grado de desarrollo madurativo, tanto cognitivo como afectivo, que tienen los niños y los adolescentes como etapas previas de la vida adulta. En la práctica cotidiana, los profesores se acercan más a la imagen platónica del rey filósofo o del déspota ilustrado, muy apreciada en las primeras décadas de la Ilustración, que a la imagen que proporciona un profesor-compañero que ofrece apoyo a los niños y adolescentes en su proceso de crecimiento personal. En cambio, se propone una imagen diferente que, reconociendo la desigualdad y la asimetría, restringe claramente la tendencia a imponer, incluso a liberar a los alumnos (por supuesto, “por su propio bien”), y se centra en acompañar y guiar, es decir, en educar. No es una tarea fácil, como demuestran experiencias como la de Summerhill y, más aún, la de las escuelas libertarias de la República de Weimar (Schmid, 1936). Sin embargo, como ya hemos explorado en el párrafo anterior, y también discutimos a continuación, existen estrategias eficaces que nos ayudan a romper estas relaciones pedagógicas asimétricas.

Ácrata
Por último, entramos en otro concepto central para entender el anarquismo, aunque menos frecuente. El anarquista no busca la democracia, sino que, tomándosela en serio, va más allá de la democracia y avanza hacia la acracia (Bertolo, 2019). No sólo intenta dividir el poder y establecer un sistema de frenos y contrapesos para evitar su acumulación, sino que emprende un proceso permanente de fragmentación y deconstrucción de las relaciones de poder. Van más allá de una crítica a las democracias liberales existentes y proponen que nadie ejerza el poder, sobre todo porque el poder se convierte en dominación y tiende a aumentar la distancia entre los que tienen el poder y los que no lo tienen. Esto permite establecer una interesante y fructífera distinción entre poder, autoridad y dominación (Bertolo, ibíd. ). También es ir más allá de la democracia directa, porque una vez que reconocemos a un titular del poder, ya sea el pueblo (democracia), las personas mejor cualificadas (aristocracia) o los expertos tecnocientíficos (tecnocracia o epistocracia), estamos renunciando a ser los sujetos del poder, personas empoderadas. Esto sólo puede lograrse reconociendo la génesis del poder que surge inevitablemente en el seno de la vida común e introduciendo un proceso constante de deconstrucción de las relaciones de poder, que en el ámbito de la educación implica difuminar, en la medida de lo posible, las diferencias entre el profesorado y el alumnado.

Si aplicamos esto a la educación, requiere incrementar las formas de organización horizontal, lo que nos lleva a transformar las aulas en espacios y ambientes seguros y libres, verdaderas comunidades de indagación en las que pongamos en práctica el aprendizaje cooperativo basado en proyectos de trabajo relevantes. Esto requiere también cuestionar el núcleo de poder en las relaciones pedagógicas de la educación formal: los procesos de calificación y selección, transformándolos en procesos de evaluación y aprendizaje. Las calificaciones escolares son algo más que una fuente de ansiedad —y de orgullo— entre los estudiantes; deberían convertirse en una herramienta para centrarse en los objetivos a alcanzar en el proceso educativo por parte de alumnos y profesores. La evaluación cumple el objetivo principal de promover el aprendizaje del alumnado, informándoles de sus progresos, alertando a los profesores sobre las necesidades de sus alumnos y certificando el grado de dominio de las tareas y competencias valoradas por los alumnos, los profesores y los centros, incluso por la sociedad. Pero la escuela que reduce la evaluación a la calificación y a las notas dadas, un proceso totalmente en manos de los profesores, se convierte en una escuela que segrega, clasifica y jerarquiza, justificando así la meritocracia y legitimando la reproducción social. Lo mismo puede decirse del control de la convivencia y de las normas del régimen interior, con su sistema de sanciones y castigos (Foucault, 1975). Las aulas escolares se convierten en una institución central de control social, a través de las calificaciones, los expedientes de los alumnos, las sanciones y los castigos.

Una práctica anarquista de la educación requiere superar tanto el sistema de calificaciones como el de premios y castigos. Es totalmente posible —en el marco del contrato escolar del que hablaba más arriba— negociar con los alumnos los objetivos a alcanzar en el curso académico, negociar los indicadores a utilizar para medir el grado de consecución de esos objetivos y abrir la puerta a su participación directa en la evaluación y calificación. También es posible suprimir todo sistema de sanciones, premios y castigos, buscando prácticas de resolución de conflictos basadas en la mediación entre iguales y en la discusión abierta de las diferencias, para encontrar soluciones a los problemas que la convivencia siempre provoca. En la medida en que avancemos en esta dirección, la educación actual se acercará a una educación anarquista, libertaria y acrática.

CONCLUSIÓN

¡Sé realista, exige lo imposible! Es un eslogan que se hizo famoso en mayo de 1968, en Francia, un periodo de revolución social en el que el anarquismo tuvo una presencia notable y contribuyó a dar cierta identidad al levantamiento social de estudiantes y trabajadores.

Ese lema bien vale para resumir el aporte fundamental de este artículo. La propuesta educativa anarquista, que siempre ha sido tan importante dentro de la teoría y la práctica anarquista, es una propuesta realista, aunque muchos la califiquen de imposible. No sólo se trata de hacer una dura, aunque merecida, crítica a la vertiente negativa que predomina en el sistema educativo actual, sino que se trata de ofrecer una forma alternativa de ejercer la educación, transformando radicalmente la forma habitual de enseñar y aprender.

Bajo los adoquines, ¡la playa! Otro lema de 1968 que nos recuerda que bajo el ambiente aburrido, opresivo y represivo de la enseñanza habitual en la escuela obligatoria, está la alegría de aprender. No necesitamos la no-educación, sólo anhelamos una educación enriquecedora. Y aquí está, rompiendo otro ladrillo en el muro.

Guiados por la fuerza del anarquismo (anarquía, libertad y acracia) y las tácticas que han utilizado para cambiar la sociedad (acción directa, autogestión, apoyo mutuo) es un hecho que se pueden poner en práctica otras formas de educar y aprender, formas que, al estar basadas en la libertad, el apoyo mutuo, el empoderamiento…, prefiguran una educación alternativa y apuntan a una sociedad diferente, sin dominación ni explotación.

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